umbroso
transita el agua mansa.
En el nítido azul del cielo
pasa la garza volando
percibiendo el rumoroso
éxodo del agua
que va saltando
de guijarro en guijarro
en el sendero que enfrenta el río.
Los sauces le besan en su camino,
acariciando su húmeda frente
con su frondosas ramas.
Las mariposas gozosas
danzan entre las brillantes gotas.
De los nenúfares,
saltan las ranas
brillando al sol del estío.
Las libélulas cabriolean
entre juncos y jaras;
la araña aguarda,
agazapada en su tela,
a la mosca distraída.
La niña,
en el muelle sentada,
balancea y salpica
el agua con sus pies.
Todo compone una
sublime sinfonía
en esta plácida tarde
de canícula y
el sol refleja
esplendentes órbitas
en el sendero perpetuo
del agua mansa,
la brisa se levanta
y algunas hojas
emprenden un efímero vuelo.
Es el verano que nos
inunda de causalidad.