jueves

LEYENDA DE GUERRERO DE FUEGO I



Allá, en la llanura, se va escondiendo la Luna y, poco a poco, el Sol se despereza y con sus rayos va iluminando las montañas. Una sombra alargada se va formando entre los árboles de la llanura; una ligera brisa agita su largo cabello; la figura, alta y delgada, va montada en su caballo, desde el que contempla el amanecer. Lleva días cabalgando sin descanso, rastreando el indicio de una manada de búfalos, porque su pueblo está hambriento porque hace ya algunas lunas que los búfalos no pastan en las inmediaciones del poblado. El último invierno fue muy cruento para su tribu debido al hambre y al rigor del frío del hielo y las nieves. Cada vez la caza escasea más; desde que fueron obligados por el hombre blanco a abandonar sus tierras al abrigo de la Montaña Sagrada; teniéndose que desplazar más hacia el norte, donde los búfalos no llegan. Aunque muchos jóvenes se negaron a abandonar sus tierras y decidieron hacer frente a los “cuchillos largos”; entre ellos, su hermano Pluma Plateada, un orgulloso guerrero, hijo del gran jefe Nube Gris. A él le hubiera gustado estar con su hermano y con los otros guerreros que se levantaron contra la opresión del hombre blanco, pero desde la muerte de su padre, cuando le juró en su lecho de muerte que llevaría a su pueblo a un nuevo hogar para crear una nueva Nación India en una Tierra Sagrada, tuvo que hacerse cargo de la tribu nombrándole jefe, con el nombre de Alce Veloz. Desde entonces su pueblo sigue errando por las montañas. Durante la larga marcha fueron viendo cómo los más viejos y las mujeres más débiles caían por el hambre, el dolor y la angustia de haber perdido su tierra y sus lugares santos.

Hace varias lunas que no tiene ninguna noticia de su hermano Pluma Blanca ni de los cincuenta guerreros que le acompañan. No sabe si están vivos o muertos. Alza los ojos hacia el Sol lanzando una plegaria:
“¡Oh! ¡Gran Espíritu! Tú, que todo lo puedes y todo lo ves, dame firmeza, coraje y sabiduría para guiar a mi pueblo a esta última Tierra que nos depare el destino. Haz de mí tus ojos para que pueda hallar el búfalo y llevar carne y pieles a mi pueblo para sobrevivir lo que queda de invierno y los inviernos venideros.
Terminada la plegaria, espolea a su caballo siguiendo adelante; dirigiéndose a la colina. Cuando logra alcanzar la cumbre, se para a contemplar el panorama que se presenta a sus ojos. Ve cómo desde el “caballo de hierro” los hombres blancos disparan a diestro y siniestro contra una gran manada de búfalos que allí pastaban. A cada disparo que oía y cada búfalo que veía caer era cómo si a él mismo le dispararan. Y poco a poco la rabia y la pena le fueron invadiendo. Cuando terminó de pasar el “caballo de hierro” con su rastro de muerte vió tirados en la explanada a decenas de búfalos muertos, mientras los buitres comenzaban su ritual circular en espera de que aquel intruso se alejara para iniciar el festín que les aguardaba. Con un grito de rabia se precipitó colina abajo parando en seco su caballo cuando llegó al montón de cadáveres, tirándose del mismo y cayendo de rodillas en la tierra; maldijo al hombre blanco y juró que no descansaría hasta que no pagaran el agravio que habían hecho al búfalo sagrado y a su propia tribu. Montó de un salto en su caballo y agarrándose a sus crines partió veloz al encuentro de los suyos.


Después de varios días cabalgando sin descanso, encontró a su pueblo acampado en un claro de la montaña. Todos salieron a recibirlo con júbilo, pero al ver su cara pétrea y serena enmudecieron y, cómo poniéndose de acuerdo, le abrieron un pasillo que le condujo hasta el teppee de los ancianos. Levantando la piel que hacía de puerta impidiendo al inclemente tiempo penetrar dentro, se enfrentó ante las miradas inquisitivas del consejo de ancianos. En el centro del teppee se hallaba encendido un cálido fuego que le recordó que llevaba sin comer y sin permanecer en un refugio varias lunas, lo que le produjo un escalofrío por toda la espalda, una anciana que servía al consejo, lo notó y prontamente le echó una piel sobre los hombros y empujándole sin ningún miramiento le acercó hasta el fuego y puso en sus manos un tazón de humeante caldo. Miró a su alrededor y en un principio poco fue lo que pudo ver dada la penumbra que reinaba en la tienda. Pero según sus ojos se fueron acostumbrando a la escasez de luz, pudo ver que alrededor del fuego se sentaban una decena de ancianos que le miraban fijamente con la ansiedad pintada en los arrugados rostros. Mirándoles de frente, uno a uno, pudo ir leyendo la historia de la gran nación LAKOTAS. Ellos le miraban a su vez esperando que el caldo y la piel hicieran el efecto de caldear su entumecido cuerpo, sus miradas eran, no obstante, expectantes. Al fin uno de ellos, no pudo aguantar más la larga espera y le interpeló directamente:
_ ¿Que noticias traes, Jefe Alce Veloz?
_¡Hermanos!_ Les dijo, y después continuó_ He visto cómo el hombre blanco exterminaba al búfalo disparando sin piedad, con los ojos inyectados en sangre, cómo si disfrutara de la gran matanza que realizaba.
El más anciano de todos le contestó:
_ Graves palabras estás diciendo Alce Veloz, pero, ¿Qué podemos hacer? Mira tu pueblo, hambriento y desarrapada, casi sin fuerzas para seguir su camino.
_Yo propongo coger a todo hombre, mujer y niño que estén sanos y puedan montar a caballo y empuñar un arco y declarar la guerra a los cuchillos largos. Que los tambores suenen toda la noche llevando la noticia de pueblo en pueblo para que todos nuestros hermanos se unan a la lucha.
No todos estaban de acuerdo con estas palabras, uno de ellos, el gran brujo “Oso Oscuro”, cómo impulsado por un resorte, se levantó y enfrentándose al gran jefe le dijo:
_Yo sé que tu valor es grande y tu corazón es noble, pero no podemos llevar a nuestro pueblo a una batalla que significaría el exterminio de nuestra raza.
El jefe se levantó y dijo:
_Prefiero morir con honor peleando, que no estar aquí cómo viejas asustadas alrededor del fuego y esperando a morir de hambre por la inmoralidad del rostro pálido.
Esas palabras hicieron reaccionar a los ancianos y tomando la palabra “Furor al Viento” dijo:
_Hemos escuchado tus palabras. El Gran Consejo tiene que hablar y decidirá sobre lo que has dicho. Te comunicaremos nuestra decisión cuando la nueva Luna bañe el campamento.
Y diciendo esto, le invitaron amablemente a salir de teppee. Levantando nuevamente la piel que servía de puerta salió al exterior. Se encontró con dos filas de guerreros que le esperaban con sus armas ya preparadas. Portaban sus arcos y flechas, sus lanzas y escudos de piel así cómo sus inseparables “tomahawks”. Al verle salir, sus guerreros, hicieron sonar sus lanzas contra los escudos hasta que un ruido ensordecedor cubrió todo el valle. De pronto un guerrero rompió la fila y se acercó hasta él portando en sus manos un largo penacho de plumas de águila.


El guerrero le dijo:
_”Gran Jefe Alce Veloz” los guerreros estamos contigo, te seguiremos hasta reunirnos con nuestros antepasados. Toma este penacho que las mujeres hicieron para ti, para que te adornaras en las batallas. Alce Veloz puso su mano sobre el hombro del guerrero y le contestó: _ ¡Gracias! “Lobo Gris”, has cuidado bien de la tribu durante mi ausencia, pero todavía has de realizar una última misión para mí. Yo, parto para la montaña, hasta que la Luna Nueva bañe el poblado, que será cuando los Ancianos decidan. Ten preparados a los guerreros, a las mujeres y a los niños, para que a una orden mía, levanten el campamento y partir tras la montaña purpura para que los más débiles y los niños que aún no pueden luchar, levanten allí un campamento más seguro que este. Tener las armas a punto mientras yo voy a hablar con el Gran Espíritu.
Diciendo esto, montó en su caballo alejándose hacia la montaña.

CAPITULO II



Desde el poblado podía verse el enorme fuego que encendió en la montaña, y su enorme sombra se dibujaba por toda la ladera y un grito de guerra y lamento, resonó por toda la cordillera y llegó hasta el valle.
_ ¡Oh Gran Espíritu! Dame fuerza y valor para llevar a mi pueblo a la victoria o a la Muerte Gloriosa, en la batalla contra el hombre blanco. ¡Aquí tienes mi sangre! _ Diciendo esto se laceró con su puñal todo el torso desnudo, la sangre comenzó a manar libremente llegando a la hoguera, y así, con los brazos en alto, entonó la canción de la victoria, que desde muchas generaciones atrás, se entonaba antes de una gran batalla.

De pronto, en el valle, empezaron a sonar los tambores, cómo para acompañar a su canto. Así pasaron las horas; hasta que cayó desvanecido al suelo y entonces tuvo una visión enviada por Manitú.
“Iba bajando del cielo un brioso corcel y una luz cegadora que envolvía todo su cuerpo, cómo si emanara de él. Le habló con estas palabras:
_Tu empresa es sagrada y justa, cómo todos los que te precedieron (Y le hizo pasar ante sus ojos todas las grandes batallas de su pueblo) Pero el hombre blanco es fuerte y os supera en número, y si mueren cientos, cientos vendrán detrás, mientras nosotros sólo contamos con el coraje y el valor de nuestros guerreros y con la astucia de sus jefes. Tú tendrás un gran protagonismo en esta batalla, pero nuestra victoria está más allá de nuestros tiempos.”
Dichas estas palabras se desvaneció tal y cómo vino. Alce Veloz, se levantó cómo si no creyera en lo que habían visto sus ojos y sin entender lo que encerraban las palabras oídas. Sin tener del todo claro si se había tratado de una visión real o de un sueño inducido por la pérdida de sangre y el cansancio unidos, se acercó tambaleándose a su caballo y empezó a preparar sus armas.
Mientras tanto, en el poblado la actividad era frenética, mujeres, hombres y niños, además de los ancianos, se preparaban para levantar el campamento tal y cómo había ordenado su jefe.


En ese mismo momento, el hechicero Oso Oscuro, sale de la tienda del consejo y, encaminándose hacia Lobo Gris le preguntó:
_ ¿Que estáis haciendo? El consejo aún no ha tomado ninguna decisión y hasta que eso no ocurra deberéis quedaros quietos.
Éste lo miró y le contestó:
_ Decidan lo que decidan los Ancianos, el destino ya está escrito sobre el viento. Pues los guerreros no estamos dispuestos a seguir huyendo. Si no hemos combatido antes, ha sido por el gran respeto que tenemos hacía nuestro jefe Alce Veloz y por no dividir más la tribu, cómo ocurrió cuando Pluma Plateada y sus guerreros partieron para la batalla.
Si les hubiéramos seguido puede que alguno de ellos aún estuviera vivo y de no ser posible habría sido un buen día para morir junto a ellos. Pero ahora no pensamos continuar así, el hombre blanco está loco y mata al búfalo por el placer de matar y luego deja pudrir sus restos en las planicies, aún sabiendo que de esa forma morirá todo un pueblo, o tal vez, esa sea la única razón de esta sinrazón.

CAPITULO III




El nuevo día amaneció y se hizo largo y tenso. Los guerreros iban y venían preparando sus armas. Mientras, las mujeres y los niños, se preparaban para levantar el campamento con sólo recibir la orden. Aún no se tenían noticias de los Ancianos que pasaron la noche entre salmodias y ayunos, en el teppee del Consejo, sin salir siquiera para estirar las piernas, escuchándose sólo el canto agudo del brujo pidiendo la inspiración de los Antiguos.
¡Oh, Gran Manitú! Ayúdanos a ver con claridad el bien de nuestro pueblo. Pues si le llevamos a la batalla podemos ser exterminados y nadie honrará a los Antepasados, pero si no lo hacemos, moriremos de hambre, frio y pena por dejar nuestros lugares sagrados.
Así, poco a poco, fue pasando el tiempo, se hizo la tarde y después llegó la noche y cuando la Luna empezó a bañar el poblado, una larga figura se fue perfilando mientras bajaba de la montaña.
Lentamente, con su caballo al paso, se acercó al poblado. Sus guerreros al verle, empezaron a montar a su paso y desde la falda de la montaña le acompañaron hasta la puerta del Consejo, haciéndole un pasillo y con las armas en alto.
Al llegar a las primeras filas se levantó un griterío infernal y de pronto, todos enmudecieron.
Fue tal el silencio, que hasta el viento dejó de soplar, Alce Veloz iba pasando lentamente con su caballo por entre las dos filas de rostros sorprendidos.
Y todos pudieron comprobar que no parecía el mismo, su aspecto había cambiado, su transformación era increíble; todo su cuerpo estaba completamente rojo, su cara tenía una mueca fría cómo el hielo de las cumbres, y al verle, a todos se les vino a la cabeza una antigua leyenda india que se narraba de generación en generación a la luz de las hogueras.
“…Vendrá de las montañas un guerrero rojo y liberará a la Nación Lakota de todos sus enemigos….. Dios castigaría a los rostros pálidos, los muertos resucitarían y volvería el bisonte: baila durante cuatro noches seguidas... no debes herir a nadie... cuando la tierra tiemble no te asustes, no te pasará nada.”
En ese momento salieron los Ancianos del Consejo y, al verle, no tuvieron ninguna duda.

Se acercó a él, Fuego al Viento y le dijo:
_No hemos llegado a ningún acuerdo; dejamos la decisión en tus manos y que el Gran Espíritu guie tus pasos.
Entonces se dio la vuelta y se encaró a sus hombres. Y con estas palabras les dijo:
_Encended las hogueras y que los tambores suenen toda la noche y mandad mensajeros a todas las tribus, convocándoles a un Gran Consejo cuando pasen tres Lunas, la reunión será en la pradera de los Bisontes Blancos. De aquí en adelante ya no me conoceréis por mi nombre Alce Veloz, los Espíritus de los Ancianos me han llamado Guerrero de Fuego. Estad preparados al amanecer para partir.
Y diciendo estas palabras se metió en su teppee donde le esperaba su mujer Luna Hermosa, que se abalanzó en sus brazos sin tener en cuenta el color de su piel ni la expresión de su cara. A la dulce caricia contestó con toda la ternura de que era capaz. Luego con suavidad la apartó de si para comunicarle los acontecimientos últimos que habían ocurrido afuera. Ella le escuchó ensimismada y cuando terminó de hablar se echó a llorar amargamente porque comprendió que estaba perdiendo a su marido y ese hombre que estaba frente a ella acababa de entrar en el mundo de la leyenda en esa misma noche y ella lo había perdido para siempre cómo hombre y padre de sus hijos. Él, al verla llorar, la abrazó dulcemente y se la llevó al lecho y la transportó a otro mundo más dulce y más grato para una mujer. Mientras tanto, en el exterior, decenas de fuegos estaban encendidos y los tambores retumbaban por todo el valle. Al tiempo, salían jinetes hacia los cuatro puntos cardinales y con sus veloces corceles recorrerían montañas y valles para llevar a todas las tribus las palabras de su Jefe para la Gran Reunión de las Naciones Indias. Al norte salía Águila Negra que iba a visitar a las tribus Kiowa. Hacia el Sur Perro Grande que se reuniría con los Apaches. Hacia el Este partió Pequeño Cuervo al encuentro con los Pies Negros y hacia el Oeste, Flecha Larga que se reuniría con los Chiricahua.

CAPITULO IV



Siendo los emisarios los más experimentados guerreros y de palabras más ligeras que había en la tribu. Así, llegó la salida del sol y comenzó un ir y venir frenético, tanto por parte de los hombres, cómo de las mujeres y niños. Éstas últimas levantaban las pieles que formaban los teppees y las enrollaban firmemente para luego colocarlas cuidadosamente en las, ya formadas, parihuelas. En estas irían colocados todos los bienes de la tribu e irían tiradas por caballos viejos que ya no servían para los guerreros pero que aún realizaban un valiosísimo trabajo en el arrastre de las mencionadas parihuelas. Entre tanto, los hombres, preparaban sus armas y sus caballos. Siendo éste un acontecimiento muy importante para muchos jóvenes que iban a entrar en batalla. La mayoría de ellos, en otras circunstancias, no habrían peleado dada su corta edad ya que algunos de ellos aún no habían pasado por los ritos de iniciación a la edad adulta. Así, se juntaban guerreros de lo más curioso; desde niños de apenas trece años, hasta hombres que ya habían sobrepasado los cincuenta y cinco. En ese momento salió Guerrero de Fuego de su tienda que fue la última en ser desmontada. Lucía el penacho de plumas que le habían tejido las mujeres. Llevaba bien distribuidas todas sus armas para que no le impidieran la movilidad ni en el combate ni en la cabalgada a caballo. Un escudo con su emblema, que era un águila roja, y con el tomahawk colgado a la cadera. Su figura era imponente, parecía una figura salida de las leyendas que narraban los ancianos a la luz de la lumbre en las frías noches de invierno. Parecía un dios vengador. Lentamente la caravana comenzó a moverse cómo una serpiente perezosa, pero según se iban sumando personas a la fila se fue aumentando el paso, los Ancianos sabían que ese ritmo no duraría más que unas pocas horas pues en la larga caravana iban niños muy pequeños, que por el momento cargaban sus madres, pero que pronto habrían de dejar en el suelo pues la carga que portaban sobre sus espaldas así se lo pediría, luego estaban los ancianos que ya no podían andar y que se sentaban sobre las recargadas angarillas lo que frenaba el paso de los viejos caballos. A todo eso se sumaba la escasez de alimentos que habían ingerido los últimos meses y lo magras que estaban la mitad de las gentes y daba como resultado que el viaje podía ser interminable y que por el camino, muchas de aquellas personas dejarían su vida sin haber recibido la debida ceremonia y sin poder partir con los antepasados por carecer de suelo sagrado donde depositar sus restos.

El viaje comenzó durante una gran tormenta de nieve, los caballos cargados tenían dificultad de avanzar sobre el tupido y frío manto del suelo. Las mujeres, que también portaban enormes fardos apenas lograban dar dos pasos seguidos sin tener que ser ayudadas a ponerse en pié por las compañeras; los ancianos y los niños muy pequeños, viajaban sentados sobre las angarillas de los caballos, pero todo aquel que podía andar y portar algún bulto, marchaba andando.
Fueron días muy duros y murieron diez de las mujeres, tres de ellas en avanzado estado de gravidez, algunos ancianos se paraban voluntariamente a la vera del camino para dejar de ser una carga para los suyos y esperar la muerte plácidamente entre los vapores del frío. Los niños iban bien arropados con pieles y para ellos era toda una aventura y trotaban de arriba para abajo, hasta que este juego se volvió aburrido y el hambre comenzó a hacer mella en sus estómagos.
Al tercer día ya no gustaban de correr y empezaron a languidecer cómo el resto de la caravana. Parecían un reguero de muerte o de almas en penitencia por obra de algún horrible pecado. Casi no les quedaba nada para comer y los mejores bocados eran para los guerreros pues ellos deberían enfrentarse al enemigo y lograr por fin una tierra donde permanecer y consagrar para sus hijos.

Después de varios días seguidos en las mismas circunstancias, llegaron a una gran planicie y allí los guerreros dieron el alto y se dispusieron a buscar algo de caza para evitar la inanición de toda la tribu. Las mujeres rápidamente dispusieron las fogatas para entrar en calor y colocaron los utensilios de cocina con agua para que fueran calentándose y llenarlos después con el fruto de la caza de los hombres. No tenían grandes esperanzas de que esta cacería fuera muy fructífera pues se hallaba muy adentrada la estación invernal y casi todos los animales habían partido hacia tierras más cálidas. Pero les quedaba la esperanza de que pudieran dar caza a pequeñas piezas que se movían entre las nieves de la estación. Tardaron varias horas en aparecer los primeros guerreros, sentíase humillados por la magra caza que arrastraban colgada de los caballos, pero todo el poblado elevó plegarias de agradecimiento a los Ancianos por poder, al fin, tener un bocado que llevar a sus cuerpos maltrechos.
Quedaron acampados varios días en aquel lugar para tratar de restablecer la salud de los enfermos y recuperar las fuerzas los débiles. Algunas mujeres lograron parir a sus hijos y los envolvían entre pieles debidamente machacadas para hacerlas flexibles. Luego los arrullaban entre sus brazos tapados dentro de sus propias ropas. Sabían que la mayoría no llegarían a su destino pero todas trataban de que el suyo fuera un superviviente. Mientras pasaban los días los guerreros lograron abatir algún que otro ciervo que salía para rumiar la poca hierba que crecía bajo la capa de nieve. Así entre el calor de las hogueras, el dulce olor de la comida y el deseado descanso, empezó a bullir la vida en la Tribu.
Pero todo tiene un principio y un final. Y un día Guerrero de Fuego dio la orden de recoger y partir, pues quería llegar a la pradera de los Bisontes Blancos antes de terminar el año.
Pasadas dos Lunas desde que iniciaron la partida, llegaron por fin a la gran planicie llamada de los Bisontes Blancos, donde según la leyenda, habitó un día una manada de bisontes enviados por el Gran Espíritu, para alimentar a su Pueblo.
Allí se encontraban acampadas varias tribus que les precedieron en el camino por hallarse más cerca del lugar.
En pocos días fueron llegando filas interminables de gentes derrotadas y envueltas en gruesas pieles. Guerrero de Fuego miraba incansable el desfile interminable de personas y trataba de pensar en qué forma iban a alimentar tantas bocas hambrientas.
Reunió a todos los jefes que ya se encontraban en la planicie y les hizo participes de sus preocupaciones. Entre todos decidieron que la mitad de los hombre saldrían a cazar cuanto animal encontraran en las heladas estepas, el resto ayudarían a montar el enorme campamento y colaborarían con las mujeres y los ancianos en la recolección de los frutos secos que pudieran encontrar en el frio suelo.

CAPITULO V


En las inmediaciones del mes de Diciembre terminó la constante llegada de viajeros y celebraron un gran banquete en el que se cocinaron tanto los animales aportados por los cazadores cómo los frutos, bayas y verduras recolectadas por el grupo de mujeres, hombres, niños y ancianos.
Los mejores manjares permanecieron enterrados en un gran hoyo recubierto de piedras y con una enorme hoguera en la superficie, lo que permitía a la carne cocinarse lentamente y adquirir los sabores de las verduras con que estaban recubiertas.
El banquete se prolongó hasta altas horas de la madrugada por lo que decidieron dejar un día de descanso e iniciar la conferencia para dos días después. Los participantes se fueron dispersando y reuniéndose con los teppees de su pueblo.
Pasados los días acordados prepararon un gran teppee con un enorme fuego en su interior y allí se reunieron todos los jefes para decidir que se podía hacer contra el hombre blanco y su interminable avance por sus tierras. Iniciada la junta de jefes, tomó protagonismo el gran Brujo Flecha Roja, considerado por todos los demás cómo el más grandioso de entre los mortales con capacidad para comunicarse con los animales, las plantas y, sobre todo, con los Antepasados quienes le asesoraban en su ciencia. Comenzó invocando la ayuda de los Antepasados realizando una danza en la que portaba el Báculo de Poder (instrumento perteneciente a las Naciones Indias desde el principio de los tiempos, cuando fue depositado por El Gran Espíritu sobre la Tierra desde los cielos) Hizo los pases de rigor mascullando unas palabras dichas en antiguas lenguas que ya casi no reconocían ningún mortal. Luego sus giros se fueron haciendo más frenéticos y sus palabras más inteligibles, los que podían observar su evolución sintieron la piel erizada de temor por lo desconocido. Después de un buen rato de danza cayó exhausto y dio por finalizado el ritual de consagración del encuentro.
Comenzó hablando el promotor de la reunión explicando lo que había visto con sus propios ojos, la destrucción, por parte del hombre blanco, de una manada de miles de búfalos por el simple hecho de matarlos, dejando en las praderas los cadáveres para escarnio de su pueblo y como una advertencia de lo que podría ocurrirles a ellos mismos.
-El hombre blanco nos ha ido ofreciendo reservas cada vez más al norte, donde no existe caza y las tierras no ofrecen frutos, Mi hermano junto a otros guerreros hace lunas que partió a luchar contra los soldados y no tenemos razón de su paradero, ninguno de sus hombres ha regresado.
Hoy os he reunido en esta última pradera libre de la mano del blanco, para que entre todos decidamos que hacer, si continuamos huyendo nuestro pueblo perecerá pues ya ni los ancianos, ni las mujeres, ni los niños, tienen fuerzas para continuar el camino, de mi tribu, muchos quedaron en el camino sin poderles practicar los rituales que les elevarían hasta los Antepasados. Os escucho, en el nombre de nuestros Sagrados Espíritus, decid que pensáis, mis guerreros están dispuestos a morir matando porque hoy es un buen día para morir. Dicho esto, tomó asiento junto al fuego y miró frontalmente a Tecumseh, jefe de los Shawnee:
Puesto este en pié dijo:
"Ninguna tribu puede vender la tierra. ¿No lo hizo todo el Gran Espíritu para el uso de sus hijos? La única salida es que los piel rojas se unan para tener un derecho común e igual en la tierra, como siempre ha sido, porque no se dividió nunca." Se oyeron voces de asentimiento, pero no dio tiempo a contestar pues ya se hallaba mirando hacia donde estaba sentado Cochise, jefe Chiricahua del pueblo Apache: -¿Yo he matado a diez hombres blancos por cada Indio muerto,... pero sé que los blancos son muchos y los Indios pocos...? Yo quiero vivir en estas montañas. Firmaremos la paz y la guardaremos fielmente. Pero nos dejarán vagar libres, ir a donde queramos".
Guerrero de Fuego argumentó entonces:
Ellos prometen que nos respetarán y que nos permitirán vagar libres… Pero ¿donde podremos cazar si matan indiscriminadamente todos los búfalos de las tierras y por donde vagar si ponen cercas a nuestros poblados? Esa no parece la solución para nuestro pueblo, más bien parece la solución para el hombre blanco y sus ovejas y vacas.
Ahora tomó la palabra Noah Seathl de los Suwamisu -
“El gran jefe de Washington manda palabras, quiere comprar nuestras tierras. El gran jefe también manda palabras de amistad y bienaventuranzas. Esto es amable de su parte, puesto que nosotros sabemos que él tiene muy poca necesidad de nuestra amistad. Pero tendremos en cuenta su oferta, porque estamos seguros de que si no obramos así, el hombre blanco vendrá con sus pistolas y tomará nuestras tierras. El gran jefe de Washington puede contar con la palabra del gran jefe Seattle, como pueden nuestros hermanos blancos contar con el retorno de las estaciones. Mis palabras son como las estrellas, nada ocultan. ¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esta idea es extraña para mi pueblo. Si hasta ahora no somos dueños de la frescura del aire o del resplandor del agua, ¿cómo nos lo pueden ustedes comprar? Nosotros decidiremos en nuestro tiempo. Cada parte de esta tierra es sagrada para mi gente. Cada brillante espina de pino, cada orilla arenosa, cada rincón del oscuro bosque, cada claro y zumbador insecto, es sagrado en la memoria y experiencia de mi gente. Nosotros sabemos que el hombre blanco no entiende nuestras costumbres. Para él, una porción de tierra es lo mismo que otra, porque él es un extraño que viene en la noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemigo, y cuando él la ha conquistado sigue adelante. Él deja las tumbas de sus padres atrás, y no le importa. Así, las tumbas de sus padres y los derechos de nacimiento de sus hijos son olvidados. Su apetito devorará la tierra y dejará detrás un desierto. La vista de sus ciudades duele a los ojos del hombre piel roja. Pero tal vez es porque el hombre piel roja es un salvaje y no entiende. No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades de los hombres blancos. Ningún lugar para escuchar las hojas en la primavera o el zumbido de las alas de los insectos. Pero tal vez es porque yo soy un salvaje y no entiendo, y el ruido parece insultarme los oídos. Yo me pregunto: ¿Qué queda de la vida si el hombre no puede escuchar el hermoso grito del pájaro nocturno, o los argumentos de las ranas alrededor de un lago al atardecer? El indio prefiere el suave sonido del viento cabalgando sobre la superficie de un lago, y el olor del mismo viento lavado por la lluvia del mediodía o impregnado por la fragancia de los pinos. El aire es valioso para el piel roja. Porque todas las cosas comparten la misma respiración, las bestias, los árboles y el hombre. El hombre blanco parece que no notara el aire que respira. Como un hombre que está muriendo durante muchos días, él es indiferente a su pestilencia. Si yo decido aceptar, pondré una condición: el hombre blanco deberá tratar a las bestias de esta tierra como hermanos. Yo soy un salvaje y no entiendo ningún otro camino. He visto miles de búfalos pudriéndose en las praderas, abandonados por el hombre blanco que pasaba en el tren y los mataba por deporte. Yo soy un salvaje y no entiendo como el ferrocarril puede ser más importante que los búfalos que nosotros matamos sólo para sobrevivir. ¿Qué será del hombre sin los animales? Si todos los animales desaparecieran, el hombre moriría de una gran soledad espiritual, porque cualquier cosa que le pase a los animales también le pasa al hombre. Todas las cosas están relacionadas. Todo lo que hiere a la tierra, herirá también a los hijos de la tierra. Nuestros hijos han visto a sus padres humillados en la derrota. Nuestros guerreros han sentido la vergüenza. Y después de la derrota convierten sus días en tristezas y ensucian sus cuerpos con comidas y bebidas fuertes. Importa muy poco el lugar donde pasemos el resto de nuestros días. No quedan muchos. Unas pocas horas más, unos pocos inviernos más, y ninguno de los hijos de las grandes tribus que una vez existieron sobre esta tierra o que anduvieron en pequeñas bandas por los bosques, quedarán para lamentarse ante las tumbas de una gente que un día fue poderosa y tan llena de esperanza. Una cosa sabemos nosotros y el hombre blanco puede un día descubrirla: nuestro Dios es el mismo Dios. Usted puede pensar ahora que usted es dueño de él, así como usted desea hacerse dueño de nuestra tierra. Pero usted no puede. Él es el Dios del hombre y su compasión es igual para el hombre blanco que para el piel roja. Esta tierra es preciosa para él, y hacerle daño a la tierra es amontonar desprecio al su creador. Los blancos también pasarán, tal vez más rápidos que otras tribus. Continúe ensuciando su cama y algún día terminará durmiendo sobre su propio desperdicio. Cuando los búfalos sean todos sacrificados, y los caballos salvajes amansados todos, y los secretos rincones de los bosques se llenen con el olor de muchos hombres (y las vistas de las montañas se llenes de esposas habladoras), ¿dónde estará el matorral? Desaparecido. ¿Dónde estará el águila? Desaparecida. Es decir, adiós a lo que crece, adiós a lo veloz, adiós a la caza. Será el fin de la vida y el comienzo de la supervivencia. Nosotros tal vez lo entenderíamos si supiéramos lo que el hombre blanco sueña, qué esperanzas les describe a sus niños en las noches largas del invierno, con qué visiones le queman su mente para que ellos puedan desear el mañana. Pero nosotros somos salvajes. Los sueños del hombre blanco están ocultos para nosotros, y porque están escondidos, nosotros iremos por nuestro propio camino. Si nosotros aceptamos, será para asegurar la reserva que nos han prometido. Allí tal vez podamos vivir los pocos días que nos quedan, como es nuestro deseo. Cuando el último piel roja haya desaparecido de la tierra y su memoria sea solamente la sombra de una nube cruzando la pradera, estas costas y estas praderas aún contendrán los espíritus de mi gente; porque ellos aman esta tierra como el recién nacido ama el latido del corazón de su madre. Si nosotros vendemos a ustedes nuestra tierra, ámenla como nosotros la hemos amado. Cuídenla, como nosotros la hemos cuidado. Retengan en sus mentes la memoria de la tierra tal y como se la entregamos. Y con todas sus fuerzas, con todas sus ganas, consérvenla para sus hijos, ámenla así como Dios nos ama blanco no a todos. Una cosa sabemos: nuestro Dios es el mismo Dios de ustedes, esta tierra es preciosa para él. Y el hombre puede estar excluido de un destino común.
Wowoka de los Paiute:-"Los muertos vendrán a la vida, sus espíritus volverán a sus cuerpos. Debemos esperar aquí, en los hogares de nuestros padres". "Baila durante cuatro noches seguidas, no debes herir a nadie, cuando la tierra tiemble no te asustes. No te pasará nada".
Tatanka Yotanka jefe apache:
Si el gran Espíritu hubiera deseado que yo fuera un hombre blanco me habría hecho blanco... ¿Es un agravio amar a mi pueblo? ¿Soy malvado porque mi piel es roja? ¿Porque soy un sioux? Dios me hizo un indio."
Después siguieron hablando otros jefes.
GUERRERO DE FUEGO, volvió a tomar la palabra:
*Yo también he subido a las montañas más altas y he surcado Ríos profundos e innavegables. He buscado los caminos ignorados, disfrutado sus incógnitas, que no ha conocido ni descubierto ninguna brújula encorsetada. Sólo he vestido lo que mi cuerpo requería, conformado por lo mínimo. Y así, provisto de lo necesario, he vivido con los míos y he partido con ellos el maíz y cocido conjuntamente con ellos el pan. Los bailes y cantos de diario lo hacemos con las plumas y colores más vistosos por respeto y devoción a nuestra madre la Tierra. Y para derrotar y ahuyentar a los malos espíritus que conviven con nosotros, enfurecemos y tatuamos nuestros rostros con gestos airados; tomamos hierbas de la tierra que amenazan empujar nuestros ojos de sus órbitas, mientras los cuerpos se agitan y tuercen en danzas embriagadoras. El mundo parecía que me cabía en una mano, pues todo era para mí claro y diáfano como los senos desnudos de una Mujer, igual que las aguas cristalinas del río o la postura arrogante de la Montaña. Preguntaba al Cielo sus mensajes, hurgando el calor profundo de la Tierra, que conozco cada palmo, abrazada a mi rostro. Y así nacieron mis hijos que mis mujeres parieron, que se entrenan en actividades ecuestres y de defensa. Cada uno de la Tribu cumple con sus obligaciones. Y ninguno nos molestamos. Los Animales, con los que yo hablo confidencialmente los tengo siempre limpios y bien alimentados. Y mi Caballo preferido “Tronco” lo monto siempre con su permiso; cuando me lleva al galope disfruto de la mejor música que la Tierra y el Cielo pueden ofrecerme. Si me hubierais visto abrazado a la grupa del Caballo, mi cabeza fundida con la suya…Nunca ha necesitado un castigo. Nadie sabe lo que es el Fuego hasta que se pone respetuoso delante de él y escucha sentado, con los ojos cerrados, su mensaje. Cuando crepitan sus brasas, se requiere un silencio absoluto para que la fundición sea completa. Nunca entenderás los secretos de la Naturaleza, ni admirarás el caminar de Río, o la majestuosa salida del Sol, si antes no has dialogado a solas con el Fuego y no has puesto tu cuerpo y tu alma frente a sus llamas. Empecé a crecer como persona cuando me enseñaron mis padres a escuchar al silencio y al Viento: Fuerzas contrapuestas necesarias para el equilibrio y crecimiento interno. Los Niños y las Mujeres no lo perturban; se sientan y observan su paso. Por eso nos veréis siempre pensativos y taciturnos: no, estamos escuchando. Somos guerreros puestos al servicio del Viento, puesto que él nos habla de los peligros que nos acechan y lo que espera a nuestros cultivos: cuando la Lluvia hermana nos bendice, o cuando la Tormenta nos obliga a recogernos. El Viento y el silencio son nuestros principales consejeros y amigos. ¿Y vosotros? ¿Por qué habéis violado nuestro mundo, asesinando a nuestras mujeres e hijos? ¿Qué estáis haciendo de él, si no es vuestro? La Tierra se vengará de vosotros, igual que el Cielo y el Agua también lo hará. El Fuego generoso y vengativo os lo destruirá todo. Habéis cerrado el Paraíso con vuestro egoísmo. Está vuestra muerte cercana. Habéis airado al Silencio y el Gran Viento está al acecho. Que no haya compasión para vosotros. Os lo decimos desde el dolor de nuestros muertos.*

Después de mucho hablar tomaron la decisión de retirarse a las Reservas que les habían prometido los soldados. Así quedaron en dar una nueva oportunidad a los blancos y a su gran Jefe y firmar el nuevo tratado.
Antes de finalizar, el Brujo Flecha Roja recordó la leyenda de Wo vo Ka, que hablaba de que si se ejecutaba la Danza de los Espíritus ó la Ghost Dance, se convertirían en inmortales y los muertos volverían a la vida y su pueblo sería fuerte y sagrado hasta para los blancos.
Muchos se sintieron empujados a creer en esta antigua Danza y encargaron a las mujeres la confección de ropajes con los símbolos sagrados y se encaminaron a Pine Ridge bajo la protección de Nube Roja. Allí inician una frenética danza que se mantiene día y noche y en la que participan hombres, mujeres, niños y ancianos, convencidos de la efectividad de sus plegarias.
En el paroxismo de la danza, vieron aparecer a un grupo de soldados. Todo quedó en suspenso. Guerrero de Fuego se encaminó hacia los soldados con su rifle posado blandamente entre sus brazos y cubierto con una funda de piel de gamo que le fabricó su querida esposa y que portaba los símbolos mágicos y su escudo de guerrero.
-¿Qué deseáis de nosotros? ¿Cómo osáis interrumpir una danza sagrada?
-Tenemos órdenes de confiscar todas las armas que portéis y también debéis dejarnos registrar todas las tiendas ya que si viajáis en son de paz, no son necesarias las armas.
–Las necesitamos para proveer de caza a nuestro pueblo, sin ellas moriremos de hambre, si un guerrero no puede alimentar a los suyos no tiene orgullo y un hombre sin orgullo está muerto.
– No hay escusas que valgan, tendréis que entregar las armas por las buenas o por las malas.
Como quiera que se hubieran iniciado las Danzas de Paz y que su decisión era ir a las Reservas y el Gran Jefe blanco le había prometido que no faltaría alimento para el pueblo, consintieron en entregarlas sumisamente.
Entonces el oficial dio la orden de registrar todos los teppees y recoger las armas de los guerreros, los soldados sin ningún miramiento cumplieron las órdenes dadas y registraron todo, destrozando las pocas pertenencias de la tribu, tocaron soezmente a las mujeres y a las niñas, humillaron a los guerreros y terminaron su proeza arrebatándoles su poco orgullo al obligarles a entregar su tomahawks , sus carcaj, sus arcos, sus lanzas y sus amados rifles. El silencio era palpable. Se percibían los copos de nieve posarse blandamente sobre el blanco suelo. La humillación y el rencor se leía en las pupilas de los humillados guerreros, abatidos y sin ninguna esperanza en el futuro. Porque bien sabían ellos que sin armas, la muerte de su pueblo era un hecho cierto. Con las armas cargadas a lomos de algunos caballos también confiscados, iniciaron la retirada los soldados.
En medio del sepulcral silencio que se creó, resonó el estampido de un rifle. El soldado que lo transportaba, resbaló en la nieve y cayó al suelo disparándose el rifle por pura casualidad. El eco del disparo sonó por toda la pradera y las montañas cercanas lo devolvieron con el eco una y mil veces. Ocurrió de repente, como si hubieran obedecido a una orden no emitida, cientos de soldados aparecieron por todas partes disparando con furia sus armas. Los indios ateridos y paralizados veían caer al suelo a sus hijos, hermanos y esposas sin comprender que estaba pasando, sin poder defender a su pueblo.
Allí perecieron guerreros, viejos, niños, mujeres, embarazadas, niños de pecho aún cogidos con fuerza por sus madres muertas…
Guerrero de Fuego gritaba con sus brazos elevados al cielo, que dejaran de disparar que ellos iban en son de paz y se hallaban desarmados… Una bala alcanzó su pecho y una gran rosa roja brotó de él manchando su casaca de piel curtida y ablandada con amor por su esposa como regalo de bodas. Cayó de espaldas, aún con los brazos elevados al cielo y con la mirada muy fija en el otro mundo con la incógnita del ¿Por qué? De entre todos los miles de cadáveres que yacen helados por las bajas temperaturas, sin que nadie decida sepultarlos, se podía ver la figura imponente del Guerrero de Fuego yaciendo en posición de ataque con una rosa roja brotando de su fuerte pecho.
En medio del sepulcral silencio, se oye el batir de alas recias y fuertes…
Cuatro águilas reales se posan en la tierra cubierta de nieve y cada una de una extremidad, recogen los restos del guerrero y lo elevan a las alturas perdiéndose en el cielo infinito.

Pasaron años, más de un siglo, cuando un grupo de jóvenes decidieron realizar una asentada en el mismo valle donde perecieron sus antepasados. El líder del grupo era un hombre enjuto, de nariz aguileña y de nombre Guerrero de Fuego en honor a su bisabuelo muerto en la masacre de Wounded Kneed. Allí fueron vilmente abatidos por un grupo que jamás fue identificado, pero que pudiera tratarse de militares americanos vestidos de civiles.

Desde tiempos pasados a ese viaje se le conoció cómo “ El largo camino de las lágrimas” y miles de lágrimas derramó este pueblo que vivió simbióticamente con su entorno.
La vergüenza de este holocausto enmascarado por la historia permanece en la memoria del pueblo y uno de sus líderes actuales es Leonard Peltier, condenado a cadena perpetua por exigir los derechos de su pueblo. En estos hombres se encarna la figura idolatrada de Guerrero de Fuego, los Ancianos dicen que un día volverá y que llevará a su pueblo hasta la libertad.
Antes de su muerte dijo:
“Todo lo que hace el poder del Universo, lo hace en forma de círculo, de infancia a infancia y entonces el retorno del pasado al presente y viceversa, como en un círculo, es posible.”
La Leyenda sigue viva y los Antepasados masacrados están entre su pueblo hasta que el Gran guerrero vuelva de entre los muertos a liberar a los suyos.

F I N

aclaraciones y agradecimientos



###Es la Ghost Dance o Danza de los Espíritus, la desesperada protesta «mesiánica» que promete la resurrección de los muertos y el triunfo final sobre el hombre blanco, produciendo inquietud en los colonos que continúan viviendo en contacto con los nativos. Les asusta ese convulsivo orgullo, esas tremendas ganas de revancha que vislumbran en los ritos y en las danzas. Pronto aquel miedo se convertirá en psicosis colectiva ante la violenta revuelta y pronto se propagará sobre todo en los estados del medio oeste, donde se encuentran la mayoría de las reservas. Con la miopía y la rigidez que siempre ha caracterizado la acción gubernamental hacia los indios, se da la orden de capturar a Toro Sentado, en la creencia de que el viejo y carismático cabeza de los sioux pudiera ser uno de los Jefes de la Danza de los Espíritus. En realidad Toro Sentado no tiene ningún cargo relevante en el milenario movimiento inicia do por, pero de todos modos se decide igualmente proceder contra él para demostrar la firmeza de la respuesta del gobierno.
Es el 15 de diciembre de 1890. De madrugada los agentes de la policía india de Fort Yates irrumpen en la habitación del gran jefe y golpeándole indiscriminadamente le obligan a abandonar su estancia. Los guerreros más fieles, indignados por el trato recibido por Toro Sentado, intentan liberarle. Surge el enfrentamiento. Algunos proyectiles alcanzan la espalda del gran jefe matándole en el acto. Más tarde, con Caballo Loco, asesinado a traición y enterrado con el mismo desprecio con el que se da sepultura al peor de los criminales, se pierde a otro de los grandes protagonistas de la victoria de Little Big Horn.
La noticia se propaga en las cercanas reservas de Standing Rock y Pine Ridge, con la rapidez del rayo, provocando en los indios una extraña mezcla de cólera y miedo. La tensión va aumentando día a día. Disturbios y luchas aisladas causan la muerte de varias personas. Sin dilación, llegan divisiones del ejército a las fronteras de la reserva, con órdenes confusas, Washington duda del posicionamiento ante la situación. La muerte de Toro Sentado ha sido como una repentina tormenta que ha roto el ya precario equilibrio en las comunidades nativas.
Algunos jefes plantean volver a coger las armas en contra de los blancos, otros prefieren dialogar directamente con el ejército para evitar que la situación degenere en tragedia. Otros temen la acción militar.
Entre estos últimos está Big Foot, pacífico defensor de la convivencia con los blancos, jefe de una pequeña comunidad Hunkpapa. Ante el peligro de que el ejército les detenga, Big Foot organiza la salida hacia la reserva de Pine Ridge para quedar bajo la protección de Nube Roja.
El 25 de diciembre, los 250 miembros de la banda de Big Foot empiezan el recorrido de 840 km que separan su campamento de la reserva. Hace frío y un viento helado tortura a los sioux que, el 28 de diciembre llegan agotados a los límites de Pine Ridge. Son rápidamente descubiertos por una unidad de caballería. Les obligan a parase y acampar en un lugar previamente determinado para asegurar su control, los indios obedecen.
La mañana del 29 el campamento se despierta rodeado por unidades del 7º regimiento. Al mando esta el coronel Foryth, un arrogante y obcecado oficial, digno sucesor del coronel Custer (el anterior jefe). De pronto los soldados invaden los teppees para buscar las armas, obligando a los indios a que les entreguen todos sus fusiles. A pesar de que las órdenes son cumplidas, los militares, pareciendo no haberse quedado satisfechos, ofenden a los ancianos, insultan a las mujeres y realizan cacheos abusivos, procediendo sin contemplaciones. La rabia de los indios es palpable y es justo una respuesta a estas provocaciones lo que andan buscando los soldados y sobre todo su jefe.
EL ECO DE UN DISPARO EN EL AIRE FRÍO DE AQUELLA MAÑANA FUE LA CHISPA QUE DIO COMIENZO A LA TRAGEDIA
Como por una señal convenida, los soldados apoyados también por la artillería colocada previamente en la colina, empiezan a disparar a discreción sobre los indios. Es una masacre: cogidos por sorpresa, los sioux no tienen tiempo ni armas para reaccionar. Los fusiles y las granadas no perdonan a nadie. Bajo el grito de «acordaos de Custer» y «venganza al 7º » los soldados masacran a todos los que están a tiro. Mujeres y niños son degollados mientras los pocos guerreros intentan reaccionar con la fuerza de la desesperación. Pero todo resulta inútil, los soldados están como locos y solamente dejarán de disparar cuando no quede ni uno solo en pie. Entre las nieves rojas de sangre, quedan los cuerpos destrozados de 200 indios (jamás se sabrá el número exacto) y 29 soldados, la mayoría muertos por los disparos de sus propios compañeros. Los cadáveres de los sioux quedan abandonados en la nieve. Serán fotografiados solo algunos días más tarde. Su imagen quedará como el trágico emblema de la Nación Lakota.
Los heridos, más de cincuenta, fueron amontonados en la pequeña iglesia episcopal de Pine Ridge. Hacía solo 4 días que había pasado la navidad y sobre el púlpito seguía colocada la frase:
«PAZ EN LA TIERRA A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD»####
Artículo aparecido en la revista Italiana TEPPEE. Traducido por Silvia

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Todos los textos en cursiva, son citas dichas por los propios personajes basados en jefes reales. Aunque no siempre de la misma época.
Lo escrito y enmarcado entre ** es una colaboración especial de mi querido amigo Diego Javier Oruña, a quien doy públicamente las gracias por permitirme utilizar tan bello texto.
Esta obra fue comenzada a escribir entre mi compañero Julián López, y yo misma, quien me dejó desarrollar mi imaginación hasta la finalización de la obra. Gracias por aportar la idea y colaborar en los primeros capítulos y cederlos para mí.